Capítulo primero, de los accidentes de la sílaba
Después que en el libro pasado disputamos de la letra, y cómo se había de escribir en el castellano cada una de las partes de la oración según la orden que pusimos en el comienzo de esta obra, síguese ahora de la sílaba, la cual, como dijimos, responde a la segunda parte de la gramática que los griegos llaman prosodia.
Sílaba es un ayuntamiento de letras que se pueden coger en una herida de la voz y debajo de un acento. Digo ayuntamiento de letras porque cuando las vocales suenan por sí, sin se mezclar con las consonantes, propiamente no son sílabas. Tiene la sílaba tres accidentes: número de letras, longura en tiempo, altura y bajura en acento. Así que puede tener la sílaba impropiamente así llamada una sola letra si es vocal, como 'a'; puede tener dos, como 'ra'; puede tener tres, como 'tra'; puede tener cuatro, como 'tras'; puede tener cinco si dos vocales se cogen en diptongo, como en la primera sílaba de 'treinta', de manera que una sílaba no puede tener más de tres consonantes, dos antes de la vocal, y una después de ella. El latín puede sufrir en una sílaba cinco consonantes con una vocal, y por consiguiente seis letras en una herida, como lo dijimos en la orden de las letras. Tiene eso mismo la sílaba longura de tiempo, porque unas son cortas y otras luengas, lo cual sienten la lengua griega y latina, y llaman sílabas cortas y breves a las que gastan un tiempo en su pronunciación; luengas, a las que gastan dos tiempos; como diciendo 'corpora', la primera sílaba es luenga, las dos siguientes, breves: así que tanto tiempo se gasta en pronunciar la primera sílaba como las dos siguientes. Mas el castellano no puede sentir esta diferencia, ni los que componen versos pueden distinguir las sílabas luengas de las breves, no más que la sentían los que compusieron algunas obras en verso latino en los siglos pasados; hasta que ahora no sé por qué providencia divina comienza este negocio a se despertar; y no desespero que otro tanto se haga en nuestra lengua, si este mi trabajo fuere favorecido de los hombres de nuestra nación. Y aún no parará aquí nuestro cuidado hasta que demostremos esto mismo en la lengua hebraica: porque, como escriben Orígenes, Eusebio y Jerónimo, y de los mismos judíos Flavio Josefo, gran parte de la Sagrada Escritura está compuesta en versos, por número, peso y medida de sílabas luengas y breves. Lo cual ninguno de cuantos judíos hoy viven siente ni conoce, sino cuanto ve, en muchos lugares de la Biblia, escritos en orden de verso. Tiene también la sílaba altura y bajura, porque de las sílabas, unas se pronuncian altas, y otras bajas. Lo cual está en razón del acento de que habemos de tratar en el capítulo siguiente.
Capítulo segundo, de los acentos que tiene la lengua castellana
Prosodia, en griego, sacando palabra de palabra, quiere decir en latín acento; en castellano, casi canto. Porque, como dice Boecio en la Música, el que habla, que es oficio propio del hombre, y el que reza versos, que llamamos poeta, y el que canta, que decimos músico, todos cantan en su manera. Canta el poeta, no como el que habla, ni menos como el que canta, mas en una media manera; y así dijo Virgilio en el principio de su Eneida: Canto las armas y el varón; y nuestro Juan de Mena: Tus casos falaces, Fortuna, cantamos; y en otro lugar: Canta, tú, cristiana Musa; y así, el que habla, porque alza una sílaba y abaja otras, en alguna manera canta. Así, que hay en el castellano dos acentos simples: uno, por el cual la sílaba se alza, que llamamos agudo; otro, por el cual la sílaba se abaja, que llamamos grave. Como en esta dicción "señor", la primera sílaba es grave, y la segunda aguda, y, por consiguiente, la primera se pronuncia por acento grave y la segunda por acento agudo. Otros tres acentos tiene nuestra lengua compuestos, solamente en los diptongos: el primero, de agudo y grave, que podemos llamar deflejo, como en la primera sílaba de "causa"; el segundo, de grave y agudo, que podemos llamar inflejo, como en la primera sílaba de "viento"; el tercero, de grave, agudo y grave, que podemos llamar circunflejo, como en esta dicción de una sílaba "buey".
Así que sea la primera regla del acento simple: que cualquiera palabra, no solamente en nuestra lengua, mas en cualquiera otra que sea, tiene una sílaba alta, que se enseñorea sobre las otras, la cual pronunciamos por acento agudo, y que todas las otras se pronuncian por acento grave. De manera que si tiene una sílaba, aquella será aguda; si dos o más, la una de ellas; como en estas dicciones: sal, saber, sabidor, las últimas sílabas tienen acento agudo y todas las otras acento grave.
La segunda regla sea: que todas las palabras de nuestra lengua comúnmente tienen el acento agudo en la penúltima sílaba, y en las dicciones bárbaras o cortadas del latín, en la última sílaba muchas veces, y muy pocas en la tercera contando desde el fin; y en tanto grado rehúsa nuestra lengua el acento en este lugar que muchas veces nuestros poetas, pasando las palabras griegas y latinas al castellano, mudan el acento agudo en la penúltima, teniéndolo en la que está antes de aquella; como Juan de Mena: A la viuda Penelópe, Y al hijo de Liriópe; y en otro lugar: Con toda la otra mundana machína.
La tercera regla es de Quintiliano: que cuando alguna dicción tuviere el acento indiferente a grave y agudo, habemos de determinar esta confusión y causa de error, poniendo encima de la sílaba que ha de tener el acento agudo un resguito, que él llama ápice, el cual suba de la mano siniestra a la diestra, cual lo vemos señalado en los libros antiguamente escritos. Como diciendo "amo", esta palabra es indiferente a "yo ámo" y "alguno amó"; esta ambigüedad y confusión de tiempos y personas hase de distinguir por aquella señal, poniéndola sobre la primera sílaba de "ámo", cuando es de la primera persona del presente del indicativo, o en la última sílaba cuando es de la tercera persona del tiempo pasado acabado del mismo indicativo.
La cuarta regla es que si el acento está en sílaba compuesta de dos vocales por diptongo, y la final es i, u, la primera de ellas es aguda y la segunda grave, y, por consiguiente, tiene acento deflejo; como en estas dicciones: gaita, veinte, hoy, muy, causa, deudo, viuda; las primeras vocales del diptongo son agudas y las siguientes graves.
La quinta regla es que si el acento está en sílaba compuesta de dos vocales por diptongo, y la final es a, e, o, la primera de ellas es grave y la segunda aguda, y por consiguiente tiene acento inflejo; como en estas dicciones: codiciá, codicié, codició, cuándo, fuérte; las primeras del diptongo son graves y las segundas son agudas.
La sexta regla es que cuando el acento está en sílaba compuesta de tres vocales, si la de medio es a, e, la primera y última son graves y la de medio aguda, y por consiguiente tiene acento circunflejo, como en estas dicciones: desmaiáis, ensaiáis, desmaiéis, ensaiéis, guái, aguáitas, buéi, buéitre; mas si la final es e, agúzase aquella, y quedan las dos vocales primeras graves, y por consiguiente en toda la sílaba acento circunflejo, como en estas dicciones: poiuélo, arroiuélo.
Capítulo tercero, en que pone reglas particulares del acento del verbo
Los verbos de más de una sílaba en cualquier conjugación, modo, tiempo, número y persona tienen el acento agudo en la penúltima sílaba, como amo, amas; leo, lees; oio, oies. Sácase la primera y tercera persona del singular del pasado acabado del indicativo, porque pasan el acento agudo a la sílaba final, como diciendo yo amé, alguno amó; salvo los verbos que formaron este tiempo sin proporción alguna, como diremos en el capítulo sexto del quinto libro, como de andar, yo anduve, alguno anduvo; de traer, traje, alguno trajo; de decir, dije, alguno dijo. Sácanse también la segunda persona del plural del presente del mismo indicativo, y del imperativo, y del futuro del optativo, y del presente del subjuntivo, y del presente del infinitivo cuando reciben cortamiento, como diciendo: vos amáis, vos amád o amá, vos améis, amár. Sácanse eso mismo la primera y segunda persona del plural del pasado no acabado del indicativo, y del presente y pasado del optativo, y del pasado no acabado, y del pasado más que acabado, y futuro del subjuntivo, porque pasan el acento agudo a la antepenúltima, como diciendo: nos amábamos, vos amábades, nos amásemos, vos amásedes, nos amáramos, vos amárades, nos amaríamos, vos amaríades, nos amáremos, vos amáredes. Pero cuando en este lugar hacemos cortamiento, queda el acento en la penúltima, como diciendo: cuando vos amardes, por amáredes.
Capítulo cuarto, en que pone reglas particulares de las otrasi partes de la oración
Como dijimos arriba, propio es de la lengua castellana tener el acento agudo en la penúltima sílaba, o en la última cuando las dicciones son bárbaras o cortadas del latín, y en la antepenúltima muy pocas veces, y aun comúnmente en las dicciones que traen consigo en aquel lugar el acento del latín. Mas porque esta regla general desea ser limitada por excepción, pornemos aquí algunas reglas particulares.
Las dicciones de más de una sílaba que acaban en a, tienen el acento agudo en la penúltima sílaba, como tierra, casa. Sácanse algunas dicciones peregrinas que tienen el acento en la última, como: alvalá, Alcalá, Alá, Cabalá, y de las nuestras: quizá, acá, allá, acullá. Muchas tienen el acento en la antepenúltima, como estas: pérdida, huéspeda, bóveda, búsqueda, Mérida, Ágreda, Úbeda, Águeda, pértiga, almáciga, alhóndiga, luciérnaga, Málaga, Córcega, águila, cítola, cédula, brújula, carátula, cávila, Ávila, gárgola, tórtola, péñola, opéndola, oropéndola, albórbola, lágrima, cáñama, jáquima, ánima, sábana, árguena, almádana, almojávana, Cártama, lámpara, píldora, cólera, pólvora, cántara, úlcera, cámara, alcándara, Alcántara, víspera, mandrágora, apóstata, cárcava, Játiva, alféreza.
En d, tienen el acento agudo en la última sílaba, como: virtud, bondad, enemistad; sácanse huésped y césped, los cuales tienen el acento agudo en la penúltima; en el plural de los cuales queda acento agudo asentado en la misma sílaba, y decimos huéspedes, céspedes.
En e, tienen el acento agudo en la penúltima, como linaje, toque; sácanse alquilé, rabé, que tienen acento agudo en la última, y en la antepenúltima aquestos: ánade, jénabe, adáreme.
En i, tienen el acento agudo en la última sílaba, como borceguí, maravedí, aljonjolí; y los que acaban en diptongo siguen las reglas que arriba dimos de las dicciones diptongadas, como lei, rei, buei.
En l, tienen el acento agudo en la última sílaba, como: animal, fiel, candil, alcohol, azul. Sácanse algunos que lo tienen en la penúltima, como estos: mármol, árbol, estiércol, mástil, dátil, ángel; los cuales en el plural guardan el acento en aquella misma sílaba, y así decimos: mármoles, árboles, estiércoles, mástiles, dátiles, ángeles.
En n, tienen el acento agudo en la última sílaba, como truhán, rehén, ruin, león, atún. Sácanse virgen, origen y orden, que tienen el acento agudo en la penúltima, y guárdanlo en aquel mismo lugar en el plural, y así decimos: orígenes, vírgenes, órdenes.
En o, tienen el acento agudo en la penúltima, como: libro, cielo, bueno. Sácanse algunos que lo tienen en la antepenúltima, como: filósofo, lógico, gramático, médico, arsénico, párpado, pórfido, úmido, hígado, ábrigo, canónigo, tártago, muérdago, galápago, espárrago, relámpago, piélago, arábigo, morciélago, idrópigo, alhóstigo, búfalo, cernícalo, título, séptimo, décimo, último, legítimo, préstamo, álamo, gerónimo, távano, rávano, huérfano, órgano, orégano, zángano, témpano, cópano, burdégano, peruétano, gálbano, término, almuédano, búzano, cántaro, miéspero, bárbaro, áspero, pájaro, género, Álvaro, Lázaro, hábito, gómito.
En r, tiene el acento agudo en la última sílaba, como: azar, mujer, amor; sácanse algunos que lo tienen en la penúltima, como: acíbar, aljófar, atíncar, açúcar, açófar, albéitar, ánsar, tíbar, alcáçar, alfámar, César; y retienen en el plural el acento en aquella misma sílaba, como diciendo: ánsares, alcáçares, alfámares, Césares.
En s, tienen el acento agudo en la última sílaba, como diciendo: compás, pavés, anís; sácanse: Hércules, miércoles, que lo tienen en la antepenúltima.
En x, todos tienen el acento agudo en la última sílaba, como: borrax, balax, relox.
En z, tienen el acento agudo en la última sílaba, como: rapaz, Xerez, perdiz, Badajoz, andaluz; sácanse algunos que lo tienen en la penúltima, como: alférez, cáliz, Méndez, Díaz, Martínez, Fernández, Gómez, Cález, Túnez; y de estos, los que tienen plural retienen el acento en la misma sílaba, y así decimos: alféreces, cálices.
En b, c, f, g, h, m, p, t, u, ninguna palabra castellana acaba, y todas las que recibe son bárbaras, y tienen el acento en la última sílaba, como: Jacob, Melchisedec, Joseph, Magog, Abraham, ardit, ervatú.
Capítulo quinto, de los pies que miden los versos
Porque todo aquello que decimos, o está atado debajo de ciertas leyes, lo cual llamamos verso; o está suelto de ellas, lo cual llamamos prosa; veamos ahora qué es aquello que mide el verso y lo tiene dentro de ciertos fines, no dejándolo vagar por inciertas maneras. Para mayor conocimiento de lo cual habemos aquí de presuponer aquello de Aristóteles: que en cada un género de cosas hay una que mide todas las otras, y es la menor en aquel género; así como en los números es la unidad, por la cual se miden todas las cosas que se cuentan, porque no es otra cosa ciento sino cien unidades; y así en la música, lo que mide la distancia de las voces es tono o diesis; lo que mide las cantidades continuas es pie, o vara, o pasada; y por consiguiente, los que quisieron medir aquello que con mucha diligencia componían y razonaban, hiciéronlo por una medida, la cual por semejanza llamaron pie, el cual es lo menor que puede medir el verso y la prosa. Y no se espante ninguno porque dije que la prosa tiene su medida, porque es cierto que la tiene, y aún por aventura muy más estrecha que la del verso, según que escriben Tulio y Quintiliano en los libros en que dieron preceptos de la Retórica; mas, de los números y medida de la prosa diremos en otro lugar, ahora digamos de los pies de los versos, no como los toman nuestros poetas, que llaman pies a los que habían de llamar versos, mas por aquello que los mide, los cuales son unos asientos o caídas que hace el verso en ciertos lugares; y así como la sílaba se compone de letras, así el pie se compone de sílabas. Mas porque la lengua griega y latina tienen diversidad de sílabas luengas o breves, multiplícanse en ellas los pies en esta manera: Si el pie es de dos sílabas, o entrambas son luengas, o entrambas son breves, o la primera luenga y la segunda breve, o la primera breve y la segunda luenga; y assí por todos son cuatro pies de dos sílabas: spondeo, pirricheo, trocheo, iambo. Si el pie tiene tres sílabas, o todas tres son luengas, y llámase molosso; o todas tres son breves, y llámase tribraco; o las dos primeras luengas y la tercera breve, y llámase antibachio; o la primera luenga y las dos siguientes breves, y llámase dáctilo; o las dos primeras breves y la tercera luenga, y llámase anapesto; o la primera breve y las dos siguientes luengas, y llámase antipasto; o la primera y última breves y la de medio luenga, y llámase anfíbraco; o la primera y última luengas y la de medio breve, y llámase anfímacro, y así son por todos ocho pies de tres sílabas. Y por esta razón, se multiplican los pies de cuatro sílabas, que suben a dieciséis. Mas, porque nuestra lengua no distingue las sílabas luengas de las breves, y todos los géneros de los versos regulares se reducen a dos medidas, la una de dos sílabas, la otra de tres; osemos poner nombre a la primera espondeo, que es de dos sílabas luengas; a la segunda dáctilo, que tiene tres sílabas, la primera lengua y las dos siguientes breves; porque en nuestra lengua la medida de dos sílabas y de tres, tienen mucha semejanza con ellos. Ponen muchas veces los poetas una sílaba demasiada después de los pies enteros, la cual llaman medio pie o cesura, que quiere decir cortadura; mas nuestros poetas nunca usan de ella, sino en los comienzos de los versos, donde ponen fuera de cuento aquel medio pie, como más largamente diremos abajo.
Capítulo sexto, de los consonantes, y cuál y qué cosa es consonante en la copla
Los que compusieron versos en hebraico, griego y latín, hiciéronlos por medida de sílabas luengas y breves; mas después que con todas las buenas artes se perdió la Gramática, y no supieron distinguir entre sílabas luengas y breves, desatáronse de aquella ley y pusiéronse en otra necesidad: de cerrar cierto número de sílabas debajo de consonantes. Tales fueron los que después de aquellos santos varones que echaron los cimientos de nuestra religión, compusieron himnos por consonantes, contando solamente las sílabas, no curando de la longura y tiempo de ellas; el cual yerro, con mucha ambición y gana, los nuestros arrebataron, y lo que todos los varones doctos con mucha diligencia habían y rehusaban por cosa viciosa, nosotros abrazamos como cosa de mucha elegancia y hermosura. Porque, como dice Aristóteles, por muchas razones habemos de huir los consonantes: la primera porque las palabras fueron halladas para decir lo que sentimos, y no por el contrario el sentido ha de servir a las palabras; lo cual hacen los que usan de consonantes en las cláusulas de los versos, que dicen lo que las palabras demandan, y no lo que ellos sienten. La segunda porque en habla no hay cosa que más ofenda las orejas, ni que mayor hastío nos traiga que la semejanza, la cual traen los consonantes entre sí; y aunque Tulio ponga entre los colores retóricos las cláusulas que acaban o caen en semejante manera, esto ha de ser pocas veces, y no de manera que sea más la salsa que el manjar. La tercera porque las palabras son para traspasar en las orejas del auditor aquello que nosotros sentimos teniéndolo atento en lo que queremos decir; mas usando de consonantes, el que oye no mira lo que se dice, antes está como suspenso esperando el consonante que se sigue; lo cual conociendo nuestros poetas, expienden en los primeros versos lo vano y ocioso, mientras que el auditor está como atónito, y guardan lo macizo y bueno para el último verso de la copla, porque los otros desvanecidos de la memoria, aquel sólo quede asentado en las orejas. Mas porque este error y vicio ya está consentido y recibido de todos los nuestros, veamos cuál y qué cosa es consonante. Tulio, en el cuarto libro de los Retóricos, dos maneras pone de consonantes: una, cuando dos palabras o muchas de un especie caen en una manera por declinación, como Juan de Mena:
Las grandes hazañas de nuestros señores,
Dañadas de olvido por falta de autores; señores y autores caen en una manera, porque son consonantes en la declinación del nombre. Esta figura los gramáticos llaman homeóptoton, Tulio interpretóla semejante caída. La segunda manera de consonante es cuando dos o muchas palabras de diversas especies acaban en una manera, como el mismo autor:
Estados de gentes que giras y trocas,
Tus muchas falacias, tus firmezas pocas;
trocas y pocas son diversas partes de la oración, y acaban en una manera. A esta figura los gramáticos llaman homeotéleuton, Tulio interpretóla semejante dejo. Mas esta diferencia de consonantes no distinguen nuestros poetas, aunque entre sí tengan algún tanto de diversidad. Así que será el consonante caída o dejo, conforme de semejantes o diversas partes de la oración. Los latinos pueden hacer consonante desde la sílaba penúltima o de la antepenúltima, siendo la penúltima grave. Mas los nuestros nunca hacen el consonante, sino desde la vocal donde principalmente está el acento agudo, en la última o penúltima sílaba. Lo cual acontece porque, como diremos abajo, todos los versos de que nuestros poetas usan, o son yámbicos iponáticos, o adónicos; en los cuales la penúltima es siempre aguda, o la última, cuando es aguda y vale por dos sílabas. Y si la sílaba de donde comienza ha se de terminar el consonante es compuesta de dos vocales, o tres, cogidas por diptongo, abasta que se consiga la semejanza de letras desde la sílaba o vocal donde está el acento agudo. Así que no será consonante entre "treinta" y "tinta", mas será entre "tierra" y "guerra"; y aunque Juan de Mena en la Coronación hizo consonantes entre "proverbios" y "soberbios", puédese excusar por lo que dijimos de la vecindad que tienen entre sí la b con la u consonante. Nuestros mayores no eran tan ambiciosos en tasar los consonantes, y harto les parecía que bastaba la semejanza de las vocales, aunque no se consiguiese la de las consonantes; y así hacían consonar estas palabras: santa, morada, alba; como en aquel romance antiguo:
Digas tú el ermitaño, que haces la vida santa:
Aquel ciervo del pie blanco ¿dónde hace su morada?
Por aquí pasó esta noche, un hora antes del alba.
Capítulo séptimo, de la sinalefa y apretamiento de las vocales
Acontece muchas veces que cuando alguna palabra acaba en vocal, y si se sigue otra que comienza eso mismo en vocal, echamos fuera la primera de ellas, como Juan de Mena en el Laberinto:
Hasta que al tiempo de agora vengamos;
después de que y de síguese a, y echamos la e, pronunciando en esta manera: hasta qual tiempo dagora vengamos. A esta figura los griegos llaman sinalefa, los latinos comprensión, nosotros podémosla llamar ahogamiento de vocales. Los griegos ni escriben ni pronuncian la vocal que echan fuera, así en verso como en prosa; nuestra lengua, eso mismo con la griega, así en verso como en prosa, a las veces escribe y pronuncia aquella vocal, aunque se siga otra vocal, como Juan de Mena:
Al gran rei de España, al César novelo;
después de a síguese otra a, pero no tenemos necesidad de echar fuera la primera de ellas; y si en prosa dijeses "tú eres mi amigo", ni echamos fuera la u ni la i, aunque se siguieron e, a, vocales; a las veces ni escribimos ni pronunciamos aquella vocal, como Juan de Mena:
Después quel pintor del mundo,
por decir: después que el pintor del mundo; a las veces escribímosla y no la pronunciamos, como el mismo autor en el verso siguiente:
Paró nuestra vida ufana;
callamos la a, y decimos: paró nuestra vidufana. Y esto no solamente en la necesidad del verso, mas aun en la oración suelta, como si escribieses: nuestro amigo está aquí; puedes lo pronunciar como se escribe y por esta figura puedes lo pronunciar en esta manera: nuestramigo staquí. Los latinos, en prosa, siempre escriben y pronuncian la vocal en fin de la dicción, aunque después de ella se siga otra vocal; en verso, escríbenla y no la pronuncian, como Juvenal:
semper ego auditor tantum;
ego acaba en vocal, y síguese auditor, que comienza eso mismo en vocal; echamos fuera la o, y decimos pronunciando: semper egauditor tantum; mas si desatásemos el verso dejaríamos entrambas aquellas vocales, y pronunciaríamos "ego auditor tantum". Tienen también los latinos otra figura semejante a la sinalefa, la cual los griegos llaman etlipsi; nosotros podemos la llamar duro encuentro de letras; y es cuando alguna dicción acaba en m, y se sigue dicción que comienza en vocal; entonces, los latinos, por no hacer metacismo, que es fealdad de la pronunciación con la m, echan fuera aquella m con la vocal que está silabicada con ella, como Virgilio:
Venturum excidio Libyae,
donde pronunciamos "ventur excidio Libye". Mas esta manera de metacismo no la tienen los griegos ni nosotros, porque en la lengua griega y castellana ninguna dicción acaba en m; porque, como dice Plinio, en fin de las dicciones siempre suena un poco oscura.
Capítulo octavo, de los géneros de los versos que están en el uso de la lengua castellana, y primero de los versos yámbicos
Todos los versos, cuantos yo he visto en el buen uso de la lengua castellana, se pueden reducir a seis géneros; porque, o son monómetros, o dímetros, o compuestos de dímetros y monómetros, o trímetros, o tetrámetros, o adónicos sencillos, o adónicos doblados. Mas, antes que examinemos cada uno de aquestos seis géneros, habemos aquí de presuponer y tornar a la memoria lo que dijimos en el capítulo octavo del primero libro: que dos vocales, y aun algunas veces tres, se pueden coger en una sílaba. Eso mismo habemos aquí de presuponer lo que dijimos en el quinto capítulo de este libro: que en comienzo del verso podemos entrar con medio pie perdido, el cual no entra en el cuento y medida con los otros. También habemos de presuponer lo que dijimos en el capítulo pasado: que cuando alguna dicción acabare en vocal y se siguiere otra que comience eso mismo en vocal, echamos algunas veces la primera de ellas. El cuarto presupuesto sea que la sílaba aguda en fin del verso vale y se ha de contar por dos, porque comúnmente son cortadas del latín, como: amar, de amare; amad, de amate. Así que el verso que los latinos llaman monómetro, y nuestros poetas pie quebrado, regularmente tiene cuatro sílabas, y llámanle así porque tiene dos pies espondeos, y una medida o asiento; como el Marqués en los Proverbios:
Hijo mío mucho amado,
Para mientes;
No contrastes a las gentes
Mal su grado.
Ama y serás amado,
Y podrás
Hacer lo que no harás
Desamado.
Para mientes y Mal su grado son versos monómetros regulares, porque tienen cada cuatro sílabas; y aunque Para mientes parece tener cinco, aquellas no valen más de cuatro, porque ie es diptongo y vale por una, según el primero presupuesto. Puede este verso tener tres sílabas, si la final es aguda, como en la misma copla: Y podrás; aunque Y podrás no tiene más de tres sílabas, valen por cuatro, según el cuarto presupuesto. Puede entrar este verso con medio pie perdido, por el segundo presupuesto, y así puede tener cinco sílabas; como don Jorge Manrique:
Un Constantino en la fe
Que mantenía;
Que mantenía tiene cinco sílabas, las cuales valen por cuatro, porque la primera no entra en cuenta con las otras. Y por esta misma razón puede tener este pie cuatro sílabas, aunque la última sea aguda y valga por dos; como el Marqués en la misma obra:
Sólo por aumentación
De humanidad;
"De humanidad" tiene cuatro sílabas, o valor de ellas, porque entró con una perdida y echó fuera la e, por el tercero presupuesto, y la última vale por dos, según el cuarto. El dímetro yámbico, que los latinos llaman cuaternario, y nuestros poetas pie de arte menor, y algunos de arte real, regularmente tiene ocho sílabas y cuatro espondeos. Llamáronle dímetro, porque tiene dos asientos; cuaternario, porque tiene cuatro pies. Tales son aquellos versos, a los cuales arrimábamos los que nuestros poetas llaman pies quebrados, en aquella copla:
Hijo mío mucho amado,
No contrastes a las gentes,
Ama y serás amado,
Hacer lo que no harás.
"Hijo mío mucho amado" tiene valor de ocho sílabas, porque la o de esta partecilla "mucho" se pierde, por el tercero presupuesto. Eso mismo puede tener siete, si la final es aguda, porque aquella vale por dos según el último presupuesto, como en aquel verso "Hacer lo que no harás". Hacemos algunas veces versos compuestos de dímetros y monómetros, como en aquella pregunta:
Pues tantos son los que siguen la pasión
Y sentimiento penado por amores,
A todos los namorados trobadores
Presentando les demando tal quistión:
Que cada uno probando su entinción,
Me diga que cuál primero destos fue:
Si amor, o si esperanza, o si fe,
Fundando la su respuesta por razón.
El trímetro yámbico, que los latinos llaman senario, regularmente tiene doce sílabas, y llamáronlo trímetro porque tiene tres asientos; senario, porque tiene seis espondeos. En el castellano este verso no tiene más de dos asientos, en cada tres pies uno, como en aquestos versos:
No quiero negaros, señor, tal demanda,
Pues vuestro rogar me es quien me lo manda;
Mas quien sólo anda cual veis que io ando,
No puede, aunque quiere, cumplir vuestro mando.
El tetrámetro yámbico, que llaman los latinos octonario, y nuestros poetas pie de romances, tiene regularmente dieciséis sílabas; y llamáronlo tetrámetro porque tiene cuatro asientos; octonario, porque tiene ocho pies; como en este romance antiguo:
Digas tú el ermitaño, que haces la santa vida,
Aquel ciervo del pie blanco ¿dónde hace su manida?
Puede tener este verso una sílaba menos, cuando la final es aguda, por el cuarto presupuesto, como en el otro romance:
Morir se quiere Alexandre de dolor del coraçón,
Embió por sus maestros cuantos en el mundo son.
Los que lo cantan, porque hallan corto y escaso aquel último espondeo, suplen y rehacen lo que falta, por aquella figura que los gramáticos llaman paragoge, la cual, como diremos en otro lugar, es añadidura de sílaba en fin de la palabra, y por coraçón y son, dicen coraçone y sone. Estos cuatro géneros de versos llámanse yámbicos, porque en el latín, en los lugares pares donde se hacen los asientos principales, por fuerza han de tener el pie que llamamos yambo; mas porque nosotros no tenemos sílabas luengas y breves, en lugar de los yambos pusimos espondeos. Y porque todas las penúltimas sílabas de nuestros versos yámbicos, o las últimas, cuando valen por dos, son agudas, y por consiguiente, luengas, llámanse estos versos iponácticos yámbicos, porque Ipponate, poeta griego, usó de ellos; como Archíloco, de los yámbicos, de que usaron los que antiguamente compusieron los himnos por medida, en los cuales siempre la penúltima es breve, y tiene acento agudo en la antepenúltima, como en aquel himno:
Iam lucis orto sidere,
y en todos los otros de aquella medida.
Capítulo nono, de los versos adónicos
Los versos adónicos se llamaron porque Adonis, poeta, usó mucho de ellos, o fue el primer inventor. Estos son compuestos de un dáctilo y un espondeo. Tienen regularmente cinco sílabas, y dos asientos: uno en el dáctilo y otro en el espondeo. Tiene muchas veces seis sílabas, cuando entramos con medio pie perdido, el cual, como dijimos arriba, no se cuenta con los otros. Puede eso mismo tener este verso cuatro sílabas, si es la última del verso aguda, por el cuarto presupuesto; puede también tener cinco, siendo la penúltima aguda, y entrando con medio pie perdido. En este género de verso está compuesto aquel rondel antiguo:
Despide plazer
I pone tristura,
Crece en querer
Vuestra hermosura.
El primero verso tiene cinco sílabas y valor de seis, porque se pierde la primera con que entramos, y la última vale por dos. El segundo verso tiene seis sílabas, porque pierde el medio pie en que comenzamos. El verso tercero tiene cuatro sílabas, que valen por cinco, porque la final es aguda y tiene valor de dos. El cuarto es semejante al segundo. El verso adónico doblado es compuesto de dos adónicos. Los nuestros llámanlo pie de arte mayor. Puede entrar cada uno de ellos con medio pie perdido o sin él; puede también cada uno de ellos acabar en sílaba aguda, la cual, como muchas veces habemos dicho, suple por dos, para henchir la medida del adónico. Así que puede este género de verso tener doce sílabas, o once, o diez, o nueve, o ocho. Puede tener doce sílabas en una sola manera: si entramos con medio pie en entrambos los adónicos. Y porque más claramente parezca la diversidad de estos versos, pongamos ejemplo en uno que pone Juan de Mena en la definición de la prudencia, donde dice:
Sabia en lo bueno, sabida en maldad.
Del cual podemos hacer doce sílabas, y once, y diez, y nueve, y ocho, mudando algunas sílabas, y quedando la misma sentencia. Doce, en esta manera:
Sabida en lo bueno, sabida en maldades.
Puede tener este género de verso once sílabas en cuatro maneras: la primera, entrando sin medio pie en el primero adónico y con él en el segundo; la segunda, entrando con medio pie en el primer adónico y sin él en el segundo; la tercera, entrando con medio pie en entrambos los adónicos y acabando el primero en sílaba aguda; la cuarta, entrando con medio pie en ambos los adónicos y acabando el segundo en sílaba aguda. Como en estos versos:
Sabia en lo bueno, sabida en maldades,
Sabida en lo bueno, sabia en maldades,
Sabida en el bien, sabida en maldades,
Sabida en lo bueno, sabida en maldad.
Puede tener este género de verso diez sílabas en seis maneras: la primera, entrando con medio pie en ambos los adónicos y acabando entrambos en sílaba aguda; la segunda, entrando sin medio pie en ambos los adónicos; la tercera, entrando sin medio pie en el primero adónico y acabando el mismo en sílaba aguda; la cuarta, entrando el segundo adónico sin medio pie y acabando el mismo en sílaba aguda; la quinta, entrando el primero adónico con medio pie y el segundo sin él, y acabando el primero en sílaba aguda; la sexta, entrando el primer adónico sin medio pie y el segundo con él, acabando el mismo en sílaba aguda. Como en estos versos:
Sabida en el bien, sabida en maldad,
Sabia en lo bueno, sabia en maldades,
Sabia en el bien, sabida en maldades,
Sabida en lo bueno, sabia en maldad,
Sabida en el bien, sabia en maldades,
Sabia en lo bueno, sabida en maldad.
Puede tener este género de versos nueve sílabas en cuatro maneras: la primera, entrando sin medio pie en ambos los adónicos, y acabando el segundo en sílaba aguda; la segunda, entrando el primer adónico con medio pie y el segundo sin él, y acabando entrambos en sílaba aguda; la tercera, entrando ambos los adónicos sin medio pie y acabando el primero en sílaba aguda; la cuarta, entrando el primer adónico sin medio pie y el segundo con él, y acabando entrambos en sílaba aguda. Como en estos versos:
Sabia en lo bueno, sabia en maldad,
Sabida en el bien, sabia en maldad,
Sabia en el bien, sabia en maldades,
Sabia en el bien, sabida en maldad.
Puede tener este género de versos ocho sílabas en una sola manera: entrando sin medio pie en ambos los adónicos y acabando entrambos en sílaba aguda, como en estos versos:
Sabia en el bien, sabia en mal.
Capítulo décimo, de las coplas del castellano y cómo se componen de los versos
Así como decíamos que de los pies se componen los versos, así decimos ahora que de los versos se hacen las coplas. Coplas llaman nuestros poetas un rodeo y ayuntamiento de versos en que se coge alguna notable sentencia. A éste los griegos llaman período, que quiere decir término; los latinos, circulus, que quiere decir rodeo; los nuestros llamaron la copla, porque en el latín "copula" quiere decir ayuntamiento. Así que los versos que componen la copla, o son todos uniformes, o son diformes. Cuando la copla se compone de versos uniformes, llámase monocola, que quiere decir unimembre, o de una manera. Tal es el Laberinto de Juan de Mena, porque todos los versos entre sí son adónicos doblados; o su Coronación, en la cual todos los versos entre sí son dímetros yámbicos. Si la copla se compone de versos diformes, en griego llámanse dícolos, que quiere decir de dos maneras. Tales son los Proverbios del Marqués, la cual obra es compuesta de dímetros y monómetros yámbicos, que nuestros poetas llaman pies de arte real, y pies quebrados. Hacen eso mismo los pies tornada a los consonantes, y llámanse distrophos, cuando el tercero verso consuena con el primero, como en el título del Laberinto:
Al muy prepotente don Juan el segundo,
Aquél con quien Júpiter tuvo tal celo,
Que tanta de parte le hace en el mundo,
Cuanta a sí mismo se hace en el cielo.
En estos versos, el tercero responde al primero, y el cuarto al segundo. Llámanse los versos trístrophos, cuando el cuarto torna al primero, como en el segundo miembro de aquella misma copla:
Al gran Rey de España, al César novelo,
Aquél con fortunas bien afortunado,
A él las rodillas hincadas por suelo.
En estos versos, el cuarto responde al primero. No pienso que hay copla en que el quinto verso torne al primero, salvo mediante otro consonante de la misma caída; lo cual por ventura se deja de hacer, porque cuando viniese el consonante del quinto verso, ya sería desvanecido de la memoria del auditor el consonante del primero verso. El Latín tiene tal tornada de versos, y llámanse tetrástrophos, que quiere decir que tornan después de cuatro. Mas si todos los versos caen debajo de un consonante llamarse han ástrophos, que quiere decir sin tornada; cuales son los tetrámetros en que dijimos que se componían aquellos cantares que llaman romances. Cuando en el verso redunda y sobra una sílaba, llámase hipermetro: quiere decir que, allende lo justo del metro, sobra alguna cosa. Cuando falta algo llámase cataléctico: quiere decir que por quedar alguna cosa es escaso. Y en estas dos maneras los versos llámanse cacómetros: quiere decir mal medidos. Mas si en los versos, ni sobra ni falta cosa alguna, llámanse orthómetros: quiere decir bien medidos, justos y legítimos. Pudiera yo muy bien en aquesta parte con ajeno trabajo extender mi obra, y suplir lo que falta de un "Arte de poesía castellana", que con mucha copia y elegancia compuso un amigo nuestro, que ahora se entiende y en algún tiempo será nombrado, y por el amor y acatamiento que le tengo pudiera yo hacerlo así, según aquella ley que Pitágoras pone primera en el amistad: que las cosas de los amigos han de ser comunes, mayormente que, como dice el refrán de los griegos, la tal usura se pudiera tornar en caudal. Mas ni yo quiero fraudarlo de su gloria, ni mi pensamiento es hacerlo hecho; por eso el que quisiere ser en esta parte más informado, yo lo remito a aquella su obra.